29 noviembre 2005

CONSULTA POPULAR

Si cada cual pudiera elucubrar en época de presupuestos sobre los proyectos a realizar para una ciudad como la nuestra, seguro que construiríamos tantas vitorias como ciudadanos opinen. Las autoridades, se supone que están para eso, aunque con determinados proyectos, como el Auditorio, se hayan atascado irreversiblemente, razón por la que vengo a sugerir quizá la única solución, a estas alturas, factible.

En estos momentos, las autoridades han quedado suficientemente desacreditadas, independientemente del bando en el que militen. Hay hasta quien se ha atrevido a proponer una nueva ubicación, en un intento –fallido- de rentabilizar una propuesta que él mismo se negó a aceptar en tiempos en que no nos hubiera costado un duro (algo parecido a lo ocurrido con el tranvía, que hoy tendremos que apoquinar a tocateja). Pero no es cuestión de hacer sangre con historias pasadas. Voy a lo que voy.

Es el momento de que sea la propia ciudadanía la que decida sobre la ubicación definitiva del dichoso Auditorio, y sean los políticos quienes acepten y acaten a rajatabla la decisión finalmente adoptada. La Navidad sería momento ideal para que el Consistorio organizara una macroexposición, donde por un lado se pudiese contemplar el tan afamado proyecto -que conocerán antes en Nueva York que en casa-, y por otro, establecer un sistema de recogida del voto -con sólo 15 días de exposición recogiendo papeletas serían suficientes-. Les sugeriría que hicieran dos maquetas o montajes fotoinfográficos, que muestren el edificio ubicado en cada una de las parcelas litigantes con el realismo suficiente como para que cualquier persona sea capaz de trasladarse mentalmente a cada futurible opción. Eso sí, habría antes que garantizar a la población que tras la consulta realizada, los políticos aceptarán y asumirán la opción que resulte mayoritaria. Les garantizo que la población sí cumplirá con su obligación. Cumplan Vds. con la suya.


Fecha publicación: 29-XI-2005

22 noviembre 2005

GÉNERO VIOLENTO

Isabel, Carmen o Edurne, podrían ser el nombre de la mujer que mañana, como casi a diario, acabe por morir como consecuencia de la acción violenta de su pareja sentimental. Aparte de tratarse de un asesinato, la sociedad ha decidido llamarlo violencia de género, aunque desde el punto de vista social no comprendo ese término. Sólo quien maltrata a una mujer puede pensar que existe en su género una razón de inferioridad que justifique su desprecio. La sociedad debería huir de terminologías que en sí enmarcan diferencias.

El hecho de conocer los maltratos desde hace relativamente poco tiempo, no significa que hayan empezado a producirse ahora. Si en algo no han evolucionado las sociedades modernas es en este tipo de conductas, aunque sí en la ruptura del silencio que hasta ahora ahogaba su existencia. Sin embargo, no estoy seguro de que su difusión, no esté consiguiendo un efecto contrario al que pretende. Por un lado, se precisa información que logre concienciar a la población, y en especial a esa mujer que durante siglos creyó que cada paliza recibida era recordatorio de la abnegación a que obligaba el matrimonio. Afortunadamente se están dando pasos para el cambio, pues gracias principalmente a la valentía de muchas mujeres denunciando públicamente su sometimiento, la mentalidad de la sociedad está cambiando.

Sin embargo, y es lo que sorprende, aún aparecen nuevos casos, con las mismas raíces, similares matices y no sé si aún con más virulencia por parte de los maltratadores; como si esa defensa y protección social sobre la mujer maltratada les envalentonara. Ignoro qué educación, qué experiencias o influencias han podido producir semejantes monstruos. Por eso, aún seguimos a tiempo de análisis, de congresos y debates o de implicarnos en la celebración del Día Internacional el próximo viernes. Desde todos los ángulos, la solución es urgente. No hay libertad mientras alguien mantenga argumentos para sentirse dueño de otra persona.

Fecha publicación: 22-XI-2005

15 noviembre 2005

AQUÍ NO HAY MARCHA


Llevo unos cuantos fines de semana saliendo de Vitoria con distintas disculpas: una boda en Gijón, un concierto en Durango y una reunión de amigos en Santander. También soy asiduo a Bilbao y a Donosti. Aprovechando la coyuntura, siempre acabo saliendo de noche para conocer lo que allí se cuece; o socializar, que suena mejor. Es en estas ocasiones cuando sacamos el sociólogo que todos llevamos dentro, para analizar si allí la gente se mueve bajo nuestros mismos parámetros, y comprobar que los modelos se asemejan, estés donde estés. Sin embargo, muy a mi pesar, he podido confirmar algo que me venía temiendo: fuera de Vitoria la gente sale más.

Los restaurantes, bares y discotecas nocturnas estaban literalmente a rebosar de tribus de todo tipo que se relacionan o se evitan en función del tipo de garito que frecuentan: roqueros o modernos, chiquiteros o cubateros, niñatos o cincuentones, ligones sueltos o casados aferrados, todos y todas a una, fieles al ritual del "sábado sabadete , camisa nueva y …" (ya ni recuerdo lo que completaba el dicho). Sin embargo, no sé qué pasa desde hace unos años en Vitoria, que acuñamos a fuego la perorata con que titulo la presente.

Quienes tengan cierta memoria de la nocturnidad (la de los últimos 10 o 15 años), recordarán con emoción los buenos tiempos de la calle San Antonio, la Cuesta o la Zapa (ordenando por edad a sus afiliados), o dispersos locales emblemáticos que solo citaré porque ya no existen: Swing, Trazos, Josu, Dígame, Dos Pasos, Delfos, Capital, U2, Dadá o Goofy, entre otros muchos que aunque sigan abiertos, conocieron épocas de mayor esplendor. Dudo sobre la razón del cambio: cada vez resulta más caro salir, los horarios impuestos obligan al cierre en pleno fervor, y sobre todo, esa absurda coraza que nos impide hablar, relacionarnos o incluso ligar, con quien no pertenezca estrictamente a nuestro círculo. Maldito carácter local.


Fecha publicación: 15-XI-2005

08 noviembre 2005

EDUCACIÓN

Acaba de pasar su primera criba el nuevo proyecto de Ley Orgánica de Educación, si bien aún le queda superar las enmiendas que aportarán hasta quienes le acaban de bendecir con su plácet. Mal debe estar la enseñanza, si cada nuevo Gobierno aprovecha para marcar su impronta aprobando nuevas normativas. Llegan unos y quitan la selectividad, esa tortura china; vienen otros y la vuelven a poner; al final uno ya ni sabe si ha estudiado ni el bachillerato, pues lo que ahora es tal, no tenga nada que ver aunque sirva para lo mismo: para nada.

Sin embargo, lo que popularmente se conoce como educación, poco debe tener que ver con lo que realmente se aprende en las escuelas, a juzgar por lo que se percibe en la calle. La juventud de ahora (ya sé que parezco un antiguo), desconoce la práctica de valores como el respeto, el civismo, la cortesía, la ciudadanía o cualquiera otro de los que aparecen en el diccionario junto a la acepción educación. Quizás estoy cayendo en el mismo error que muchos padres, al pensar que la enseñanza de esos valores es responsabilidad de la escuela y no sólo de la propia familia.

Otro aspecto que nadie parece plantearse, es que al terminar la enseñanza obligatoria la juventud domine lo que es un logaritmo neperiano o sepa hacer integrales por un tubo, analice sintácticamente cualquier oración o decline latín de memoria, recite la tabla de valencias químicas, distinga el gótico flamígero, o recite una farragosa lista de batallas navales. Lo triste, sin embargo, es que salga sin tener ni idea de gestionar sus propios ahorros, cocinar unos garbanzos, planchar una camisa o hacer una compra saludable, arreglar un enchufe o hacer una declaración de renta, acudir a un juzgado o cuidar un bebé, pedir una hipoteca o rellenar el Censo. Es curioso que las auténticas destrezas de la vida, tenga uno que aprenderlas a fuerza de tortas, tras haber pasado media vida con el único objetivo de aprobar lo que le echen, para poder pasar de curso y así poder continuar la rueda.

Fecha publicación: 8-XI-2005

01 noviembre 2005

MI VIDA SIN MÍ

El título lo he copiado de una película de Isabel Coixet, directora a la que admiro por su gran sensibilidad. Narra los últimos días felices de una mujer que, sabedora de que le quedan tres meses de vida, decide en silencio aprovecharlos al máximo, entre otras cosas, grabando varios mensajes que sus hijas escucharán en sus cumpleaños futuros, y buscando esposa al que pronto será su viudo. La autora consigue ponerte en la piel de quienes se quedan, inconscientes del cercano desenlace, y a través de la trama, consigue ponerte en ese futuro en el que sufrirán por no haberle demostrado en vida todo el cariño póstumo que ella les legó.

Hablar de la muerte, incluso en esta columna, resulta enojoso, casi prohibido, pero cada primero de noviembre, nos vuelve a rondar como gran tabú. Durante la vida luchamos por conseguir su infinitud, y aún cuando sabemos que un final llegará, nadie nos prepara para él, ni aún cuando las grandes religiones están basadas en ese fundamento. Nos acercamos a la muerte mediante recuerdos, los más gratos, de aquellos familiares por sangre y amistad que se fueron dejando una huella. Se marcharon porque ese capítulo estaba escrito en su índice, y su luto, lo guardamos como nexo espiritual.

Existe, sin embargo, otro luto colectivo, casi imposible de afrontar. Para muchos les resulta impreciso, lejano; un recuerdo incómodo. Aquél que deberíamos guardar por quienes se fueron por un acto humano, una decisión ajena; la de quienes partieron cuando alguien decidió que era el momento. Ni siquiera el “por qué” tiene sentido, no existe razón ni contexto que explique tal final. Ellos son los auténticos mártires de hoy: las víctimas de los atentados terroristas, las guerras, el hambre, las palizas, la droga, la pena de muerte y las torturas, la soledad y la pena. Estas victimas son los Santos de nuestros días y sus familiares, hoy, sentirán el mismo dolor que ayer. Y que mañana.


Fecha publicación: 1-XI-2005