EDUCACIÓN
Acaba de pasar su primera criba el nuevo proyecto de Ley Orgánica de Educación, si bien aún le queda superar las enmiendas que aportarán hasta quienes le acaban de bendecir con su plácet. Mal debe estar la enseñanza, si cada nuevo Gobierno aprovecha para marcar su impronta aprobando nuevas normativas. Llegan unos y quitan la selectividad, esa tortura china; vienen otros y la vuelven a poner; al final uno ya ni sabe si ha estudiado ni el bachillerato, pues lo que ahora es tal, no tenga nada que ver aunque sirva para lo mismo: para nada.
Sin embargo, lo que popularmente se conoce como educación, poco debe tener que ver con lo que realmente se aprende en las escuelas, a juzgar por lo que se percibe en la calle. La juventud de ahora (ya sé que parezco un antiguo), desconoce la práctica de valores como el respeto, el civismo, la cortesía, la ciudadanía o cualquiera otro de los que aparecen en el diccionario junto a la acepción educación. Quizás estoy cayendo en el mismo error que muchos padres, al pensar que la enseñanza de esos valores es responsabilidad de la escuela y no sólo de la propia familia.
Otro aspecto que nadie parece plantearse, es que al terminar la enseñanza obligatoria la juventud domine lo que es un logaritmo neperiano o sepa hacer integrales por un tubo, analice sintácticamente cualquier oración o decline latín de memoria, recite la tabla de valencias químicas, distinga el gótico flamígero, o recite una farragosa lista de batallas navales. Lo triste, sin embargo, es que salga sin tener ni idea de gestionar sus propios ahorros, cocinar unos garbanzos, planchar una camisa o hacer una compra saludable, arreglar un enchufe o hacer una declaración de renta, acudir a un juzgado o cuidar un bebé, pedir una hipoteca o rellenar el Censo. Es curioso que las auténticas destrezas de la vida, tenga uno que aprenderlas a fuerza de tortas, tras haber pasado media vida con el único objetivo de aprobar lo que le echen, para poder pasar de curso y así poder continuar la rueda.
Fecha publicación: 8-XI-2005
Sin embargo, lo que popularmente se conoce como educación, poco debe tener que ver con lo que realmente se aprende en las escuelas, a juzgar por lo que se percibe en la calle. La juventud de ahora (ya sé que parezco un antiguo), desconoce la práctica de valores como el respeto, el civismo, la cortesía, la ciudadanía o cualquiera otro de los que aparecen en el diccionario junto a la acepción educación. Quizás estoy cayendo en el mismo error que muchos padres, al pensar que la enseñanza de esos valores es responsabilidad de la escuela y no sólo de la propia familia.
Otro aspecto que nadie parece plantearse, es que al terminar la enseñanza obligatoria la juventud domine lo que es un logaritmo neperiano o sepa hacer integrales por un tubo, analice sintácticamente cualquier oración o decline latín de memoria, recite la tabla de valencias químicas, distinga el gótico flamígero, o recite una farragosa lista de batallas navales. Lo triste, sin embargo, es que salga sin tener ni idea de gestionar sus propios ahorros, cocinar unos garbanzos, planchar una camisa o hacer una compra saludable, arreglar un enchufe o hacer una declaración de renta, acudir a un juzgado o cuidar un bebé, pedir una hipoteca o rellenar el Censo. Es curioso que las auténticas destrezas de la vida, tenga uno que aprenderlas a fuerza de tortas, tras haber pasado media vida con el único objetivo de aprobar lo que le echen, para poder pasar de curso y así poder continuar la rueda.
Fecha publicación: 8-XI-2005
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