PLAYAS
Aunque aún faltan diez días para hacerlo con propiedad, este fin de semana he optado por quitarme el sayo en una playa cercana. Entenderán, y seguramente compartirán, el hambre de arena y mar que tiene uno cuando lleva desde su último baño de mar y sol, allá por octubre, añorando ese bellísimo y relajante paisaje y la sensación de placidez y descanso que procura.
Convendrán conmigo en que cada playa tiene su estilo propio y mantiene su singularidad en detalles como la incidencia de sus mareas, la calidad de su arena, la claridad de sus aguas, la existencia de rocas, de algas, o si son urbanas o salvajes; o en detalles más humanos, según la tipología de sus habituales usuarios: las familias, que buscan la cercanía de servicios y el control de los niños; los más jóvenes, organizados por cuadrillas cerca de los chiringuitos; los deportistas, que juegan a pala o caminan largos kilómetros de orilla; los surfistas, en busca de olas y viento; o los nudistas, que repiten un mismo patrón: ubicarse lejos de cualquier vestigio urbano.
Qué me dicen de la gastronomía específicamente playera que, saltando el mapa de norte a sur, podría ofrecernos desde percebes con ribeiro, rabas con sidrina o nécoras con txakolí, hasta paella con sangría o pescaíto con manzanilla. Dignas de reseñar, también, las diferentes tipologías de bañador que se estilan en cada una: desde las playas donde el calzón es uniforme entre caballeros, a las que lo vetan en favor del tanga; o en las que aún esté mal visto hacer topless.
También hay aspectos que las igualan: multitud de hoteles, restaurantes, discotecas, tiendas de artículo playero, heladerías, agencias de viaje y sobre todo, inmobiliarias: las ‘primera, segunda y tercera’ líneas de playa están siempre dispuestas a ser vendidas o alquiladas a precios de vértigo. Menos mal que uno se aprovecha de amigos que, un año más, le siguen invitando a gorronearles cama, comida y grata compañía.
Dedicado a Teresa, Vicky y Juantxu
Fecha publicación: 30-V-2006