CATEDRAL INTERIOR
Debo tener cara de beatorro, porque cada vez que se me cruza un turista, me pregunta por la Catedral de Santa María. Casi mecánicamente les suelo señalar la parte vieja, y así evito desempolvar mi macarrónico pitinglish, aunque siempre les dedico un lacónico “marvellous” con gesto de orgullo local, para convencerles definitivamente de la oportunidad de su visita.
Me planteo si habrá en nuestra ciudad otro edificio de tal nobleza y de figura tan grandiosa, ni que pueda provocar en sus visitantes una sensación de espiritualidad que poco o nada tiene que ver con la fe o las creencias religiosas, o que consiga vincular presente y pasado con un mismo aire y una misma luz.
Y es que hablamos de un edificio que aún hoy, tras más de siete siglos, sigue “creciendo y cambiando de forma”, como bien dice el laureado Paulo Coelho, que en El Zahir, su última novela, la compara con nuestra “catedral interior”, ese espacio que “adoramos y veneramos” mientras luchamos por “mantenernos erguidos”. Y es que a Coelho, como a muchos miles de visitantes, les ha sorprendido la experiencia de contemplar cómo, tras siglos de historia, el edificio sigue desescombrando enigmas, aún pendientes de resolver.
Ocurre en este caso, como casi siempre, que son los foráneos quienes nos abren los ojos a nuestra propia realidad. Por ello, entristece saber que ante tal maravilla, haya aún muchos vecinos que no se hayan sentido llamados a visitar su ejemplar restauración, ni tan siquiera por la curiosidad de desvelar ése misterio que esconden sus muros y que resulte tan atractivo a los guiris. Seguro que son de los que, a la vuelta de sus vacaciones, lo primero que hacen es mostrar el álbum para fardar con las fotos de los monumentos que han ido a visitar. Lo de lejos, ya lo saben, es siempre maravilloso.
Fecha publicación: 28-III-2006
Me planteo si habrá en nuestra ciudad otro edificio de tal nobleza y de figura tan grandiosa, ni que pueda provocar en sus visitantes una sensación de espiritualidad que poco o nada tiene que ver con la fe o las creencias religiosas, o que consiga vincular presente y pasado con un mismo aire y una misma luz.
Y es que hablamos de un edificio que aún hoy, tras más de siete siglos, sigue “creciendo y cambiando de forma”, como bien dice el laureado Paulo Coelho, que en El Zahir, su última novela, la compara con nuestra “catedral interior”, ese espacio que “adoramos y veneramos” mientras luchamos por “mantenernos erguidos”. Y es que a Coelho, como a muchos miles de visitantes, les ha sorprendido la experiencia de contemplar cómo, tras siglos de historia, el edificio sigue desescombrando enigmas, aún pendientes de resolver.
Ocurre en este caso, como casi siempre, que son los foráneos quienes nos abren los ojos a nuestra propia realidad. Por ello, entristece saber que ante tal maravilla, haya aún muchos vecinos que no se hayan sentido llamados a visitar su ejemplar restauración, ni tan siquiera por la curiosidad de desvelar ése misterio que esconden sus muros y que resulte tan atractivo a los guiris. Seguro que son de los que, a la vuelta de sus vacaciones, lo primero que hacen es mostrar el álbum para fardar con las fotos de los monumentos que han ido a visitar. Lo de lejos, ya lo saben, es siempre maravilloso.
Fecha publicación: 28-III-2006