SACERDOCIO
Espatarrado bajo un tenue sol andaluz, releo prensa atrasada en la que me encuentro una reseña de apenas 4 líneas, en la que un cardenal primado y arzobispo de una diócesis expresa la “angustiosa” preocupación de la Iglesia Católica por el alarmante descenso de vocaciones sacerdotales, producido durante los últimos años. Me sorprende que hasta la explicitud de este reconocimiento hayan tenido que pasar tantas décadas aparentando no darse cuenta de ello. Para llegar a esa conclusión, les hubiera bastado con asumir –de una vez-, la enorme distancia que separa a su Institución de una sociedad que lleva ya tiempo desoyendo sus anquilosados sermones.
A las pruebas me remito, constatando lo que queda de la pretendida espiritualidad de la Semana Santa que acabamos de vivir: procesiones televisadas de corneta, tambor y marcha militar; de pasos con Vírgenes y Cristos barrocos ataviados con paños de lujoso bordado; de saetas y hermandades, faroles, velas y flashes; de capirotes, picados y cadenas en los pies; de terciopelo púrpura y peineta, de oropeles y flores: puro espectáculo en definitiva, convertido en atracción turística de dudosa belleza y falsa espiritualidad disfrazada. Lo mismo se podría decir de la Navidad o de cualquiera otra fecha marcada en el calendario de sus ritos.
La crisis de las vocaciones no parece estar demasiado lejos de la propia crisis que vive la fe. Mientras la Iglesia concentre su preocupación en la búsqueda de “casos milagrosos” con que atestiguar la santidad de un Papa, la sociedad continuará alejándose cada vez más de sus arcaicos principios. Hoy, cualquier ONG dedicada a ayudar al tercer mundo, a inmigrantes con necesidades económicas y sociales, a la protección de la infancia o a la lucha por la igualdad, por ejemplo, cumple con mayor rigor y al margen de tanto espectáculo –no me digan- con aquellos principios que un día supusieron el pilar esencial de la espiritualidad religiosa.
Fecha publicación: 10-IV-2007
Listening to the music:
FANGORIA: Quiero ser santa, 1989
A las pruebas me remito, constatando lo que queda de la pretendida espiritualidad de la Semana Santa que acabamos de vivir: procesiones televisadas de corneta, tambor y marcha militar; de pasos con Vírgenes y Cristos barrocos ataviados con paños de lujoso bordado; de saetas y hermandades, faroles, velas y flashes; de capirotes, picados y cadenas en los pies; de terciopelo púrpura y peineta, de oropeles y flores: puro espectáculo en definitiva, convertido en atracción turística de dudosa belleza y falsa espiritualidad disfrazada. Lo mismo se podría decir de la Navidad o de cualquiera otra fecha marcada en el calendario de sus ritos.
La crisis de las vocaciones no parece estar demasiado lejos de la propia crisis que vive la fe. Mientras la Iglesia concentre su preocupación en la búsqueda de “casos milagrosos” con que atestiguar la santidad de un Papa, la sociedad continuará alejándose cada vez más de sus arcaicos principios. Hoy, cualquier ONG dedicada a ayudar al tercer mundo, a inmigrantes con necesidades económicas y sociales, a la protección de la infancia o a la lucha por la igualdad, por ejemplo, cumple con mayor rigor y al margen de tanto espectáculo –no me digan- con aquellos principios que un día supusieron el pilar esencial de la espiritualidad religiosa.
Fecha publicación: 10-IV-2007
Listening to the music:
FANGORIA: Quiero ser santa, 1989
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DIARIO NOTICIAS DE ÁLAVA - 23-IV-2007
Tribuna Abierta
Lágrimas de cocodrilo
por andoni pérez cuadrado
ni a Julio Herrero le preocupan los pobres, ni a José Luis Orella le quita el sueño el poder de la jerarquía católica, ni a Joseba Garitano la falta de vocaciones sacerdotales. Todos esos problemas y algunos más tan sólo les interrogan, como a cuantos tenemos una mínima sensibilidad ante cualquier dificultad de ardua solución, pero desde actitudes diametralmente opuestas a la hora de abordar las respuestas: quienes estamos implicados directamente en labores eclesiales por voluntad propia, que no por imposiciones ajenas, trabajamos en el día a día por encontrar soluciones a dichas carencias, sin caer en el pesimismo como paso más sintomático para no hacer nada: la historia deja poca constancia de cuantos sólo se dedicaron en vida a relatar penas y fracasos sin aportar el más mínimo esfuerzo. El principio indiscutible de que en la vida no tenemos más que dos opciones: servir a las demás o servirnos de ellos, marcan con nitidez la línea de separación.
En agosto de 1936, Franco decía al escritor francés Henri Nassais: "Nosotros somos católicos. En España se es católico o no se es nada. Incluso entre los rojos, aquél que reniega de su fe sigue siendo católico aunque no sea más que por oposición al no católico... porque, aquí y allá, en Burgos como en Valencia, en Salamanca como en Barcelona, se trata del mismo pueblo, de la misma raza. Nuestra unidad, nuestra fraternidad, la encontraremos dentro del catolicismo" (Iturralde, 1978). Franco falsifica a Dios, identificándole con la imagen creada por su mismo cerebro, al igual que los tres arriba citados, rechazadores de cuanto no concuerda con su dios, en minúscula, fabricado exactamente a su imagen y semejanza.
Joseba Garitano, columnista de DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA que en más de una ocasión se ha declarado creyente, debiera recordar la frase evangélica de que muchos son los llamados y pocos los elegidos, para encontrar una mínima explicación al problema. La fe es un reto exigentísimo, personal e intransferible, siendo nuestra sola voluntad la responsable de dar respuesta al envite. La fe jamás ha estado en crisis, sólo su seguimiento; hoy hay pocos valientes y entre ellos se cuentan muchísimos componentes de las ONGs que Joseba admira.
José Luis Orella (en su artículo La España sacrosanta: el trono y el altar , publicado en la tribuna abierta de este diario el pasado 9 de abril) divaga sin otra intención que aplicar más vinagre y sal a la herida ajena, trayéndole al pairo el problema y su solución. Para hacer análisis catastróficos nos bastamos y sobramos solos. Bien es cierto que, tanto él como Garitano, guardan unas mínimas formas en sus tratamientos.
Caso bien distinto es el de Julio Herrero, arquitecto de profesión y también columnista de DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA, irrespetuoso con los creyentes, que parecen quitarle el sueño, algo frecuentísimo entre socialistas. Lo que me extraña es que, antes de tirar la piedra contra los cristianos, no haya utilizado sus previsibles conocimientos matemáticos para calcular la distancia del objetivo, la velocidad del viento, la trayectoria balística del proyectil y el impulso necesario para su lanzamiento. Imperdonable. Ya en su día nos lanzó la frase "...años de hipocresía, de burlas, cultura pacata y seudorreligiosa, comeconventos, esto les pasa por creerse lo del pecado, que ya tiene delito". Semejante esfuerzo intelectual le dejarlá exhausto. Parece ser que no, porque en su columna del pasado 8 de abril, titulada Jerarquía , se soltó una perorata como para perecer en el intento. No hace falta practicar ninguna religión para saber distinguir el bien del mal. ¡Elemental, don Julio! Lo que nos diferencia es nuestra petición de perdón por haber faltado a alguien, y eso no es "delito".
Dudo que Herrero admitiera el más mínimo debate sobre arquitectura con cualquier iletrado en la materia. Por eso mi estupefacción ante las continuas intervenciones de aquellos que nos descalifican por retrógrados, ignorantes, reprimidos, etc. conminándonos a recluimos en nuestros templos, únicos lugares autorizados para nuestra labor. ¿Y por qué, ellos, se arrogan el derecho de hacerlo donde les plazca? Porque no sólo nos condenan al silencio, sino que nos señalan el camino a seguir, cómo debemos actuar, cuál ha de ser nuestra fe. Curiosamente, tanto la derecha como la izquierda españolas se sentirían dichosas de echarnos a los leones, como en Roma, aun cuando por motivos distintos.
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