DIÁSPORA
Este fin de semana he bajado a Madrid a visitar ARCO, la feria de Arte Contemporáneo, y aunque haya disfrutado de la experiencia, no he comprado nada, como la mayoría de los mortales. Sí me ha servido para comprobar que, como se había anunciado, la única galería de arte representante de la corriente neobabazorrista no ha podido estar presente.
Les reconozco que en realidad disfruto al obligarme a dar este garbeo anual, con el fin -más importante- de visitar los varios amigos que un día emprendieron su viaje a la capital. Gracias a ellos, he podido conocer también a gente de otros lugares, pero siempre acabo reuniéndome con quienes conforman la que cariñosamente llamo diáspora vasca (aunque algunos, desgraciadamente, hayan ido tratando de ponerse a salvo). Siempre me hacen sentir especial; no sé si porque en mí reflejan la añoranza por su tierra, o por el contrario, por la curiosidad de contemplarme como raro ejemplar de ‘vitorianus obstinatis’.
Hay momentos en que me inspiran envidia, por poder disfrutar en primera línea de cualquier evento cultural o social, y de la riqueza que provoca el enorme mestizaje de una urbe compartida por mil acentos, o ese sol de invierno que invita a salir a pasear un domingo por la mañana; su monumentalidad, el metro –ése gran invento-, o simplemente callejear disfrutando de asombrarte por las últimas tendencias urbanas; no sé, todas esas cosas que siempre añoramos los de provincias.
Sin embargo hay alguna razón, y no me pregunten cuál, por la que casi todos ellos añoran su vuelta en un futuro no demasiado lejano, y quizás por ese destino previamente escrito, se afanen por mantener vivo el lazo que les une al sentimiento y el sabor, al olor y al color del norte. Y mientras escribo esto, escucho un disco titulado Una canción me trajo aquí…
Fecha publicación: 14-II-2006
Dedicado a Dioni, Justo, Gorka, Fernando, Gonzalo, Iñaki y Rober
Les reconozco que en realidad disfruto al obligarme a dar este garbeo anual, con el fin -más importante- de visitar los varios amigos que un día emprendieron su viaje a la capital. Gracias a ellos, he podido conocer también a gente de otros lugares, pero siempre acabo reuniéndome con quienes conforman la que cariñosamente llamo diáspora vasca (aunque algunos, desgraciadamente, hayan ido tratando de ponerse a salvo). Siempre me hacen sentir especial; no sé si porque en mí reflejan la añoranza por su tierra, o por el contrario, por la curiosidad de contemplarme como raro ejemplar de ‘vitorianus obstinatis’.
Hay momentos en que me inspiran envidia, por poder disfrutar en primera línea de cualquier evento cultural o social, y de la riqueza que provoca el enorme mestizaje de una urbe compartida por mil acentos, o ese sol de invierno que invita a salir a pasear un domingo por la mañana; su monumentalidad, el metro –ése gran invento-, o simplemente callejear disfrutando de asombrarte por las últimas tendencias urbanas; no sé, todas esas cosas que siempre añoramos los de provincias.
Sin embargo hay alguna razón, y no me pregunten cuál, por la que casi todos ellos añoran su vuelta en un futuro no demasiado lejano, y quizás por ese destino previamente escrito, se afanen por mantener vivo el lazo que les une al sentimiento y el sabor, al olor y al color del norte. Y mientras escribo esto, escucho un disco titulado Una canción me trajo aquí…
Fecha publicación: 14-II-2006
Dedicado a Dioni, Justo, Gorka, Fernando, Gonzalo, Iñaki y Rober
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