01 agosto 2007

LA MEZQUITA


Primer día de vacaciones, un café a sorbo lento y pausada lectura de la prensa del día a la luz del sol que entra a raudales en esta ciudad de invierno constante. Miro por la ventana, es mi ciudad, la de todos los días aunque el aire huela distinto: deben ser las vacaciones o el verano o la preparación de las fiestas… Salgo a la terraza y sobre el andamio que me rodea –estamos de obras en mi comunidad-, dos pakistaníes arrastran unos sacos de escombro. Nos miramos, les saludo y me responden con un “buenos días” con un acento de quien apenas conoce nuestro idioma. Salgo de casa, otro vecino está de mudanza y un negro descomunal, probablemente guineano, descarga materiales del ascensor. Bajo andando. En el cuarto piso, paso de puntillas porque Mario, un brasileño, está fregando la escalera. Por último, en el portal, me encuentro con Adela, una ecuatoriana que acompaña a una vecina mayor hasta el autobús que la lleva a un centro de atención diurna.

Me tomo el vermouth en una terraza céntrica, atendida por Alberto, un italiano que me cuenta que unos colegas de su pueblo están a punto de llegar para disfrutar de las fiestas. En la misma terraza, coincido con Christian, un alemán que trabaja para la Mercedes y que, como yo, acaba de comenzar sus vacaciones. Para celebrarlo, nos vamos a comer a un restaurante chino, y nos aventuramos a variar el clásico menú de las tres delicias guiándonos por las recomendaciones de un camarero de ojos rasgados. Para el café optamos por un céntrico café donde Amadou, de origen senegalés, nos obsequia con un orujo de hierbas con el que brindamos por los placeres de la buena vida. Recibo un mensaje de móvil de mi amiga Makiko, japonesa que llegó a Vitoria para estudiar y que hoy trabaja para una firma nipona que se estableció hace años en nuestra ciudad. Acepta mi invitación a acompañarnos y aparece con su amiga Bea, de origen polaco, que trabaja dando clases en la universidad.

Así es Vitoria, nuestra vieja ciudad, y lo ha sido siempre desde su misma fundación como Gasteiz. Una ciudad de encuentro entre nativos e inmigrantes que, con su trabajo, han convertido esta ciudad en el modelo de urbe que hoy ha llegado a ser. Yo mismo, hijo de inmigrantes guipuzcoanos, he vivido su paulatina llegada: primero fueron los extremeños, los andaluces y los gallegos, quienes en los años de desarrollo industrial crearon la riqueza de la que hoy disfruta toda la ciudadanía. Y aún siguen llegando desde diversos países sudamericanos, africanos o centro-europeos, quienes buscan un trabajo que les ofrezca una nueva oportunidad para vivir.

Por eso me sorprende, y me duele enormemente, el rechazo surgido en Adurza ante la posibilidad de que la comunidad musulmana establezca una mezquita. Los contrarios a su instalación, pretenden disfrazar su rechazo con argumentos tan pobres como el ruido, los posibles robos o la pérdida de clientes en los bares de la zona… Me entristece recordar los conflictos vecinales que surgieron, hace 15 años, cuando la Diputación quiso abrir una residencia para personas mayores en Ajuria, o los ocasionados durante la apertura del centro Aterpe en Arriaga, o de un centro en Fuente de la Salud, para personas con graves problemas de inserción.

Nadie parece incomodarse si nos construyen una parroquia en los bajos de nuestro bloque, invertimos millones en la restauración de una catedral o promocionamos entre los visitantes la procesión de los faroles o el rosario de la aurora durante las fiestas; nos encanta degustar las delicias gastronómicas del centro andaluz, el gallego o el asturiano o cambiamos la tradición del bocata de tortilla por la del kebab, la hamburguesa alemana o el rollito de primavera. La pluralidad, la diversidad y la mezcla nos obliga a crecer y nos permite ver la vida desde nuevas perspectivas que amplían nuestra percepción sobre nosotros mismos, enriqueciéndonos como personas. La pluralidad es riqueza: la nuestra como individuos y la de nuestra ciudad como comunidad en constante desarrollo. No cedamos ante la Cosmofobia -así es como lo llama una buena amiga-; negarse a crecer es negarnos a nosotros mismos.

Joseba Garitano Iriondo
1-VIII-2007