27 diciembre 2005

A MESA PUESTA

En nuestras nochebuenas, el auténtico rey de la cena suele ser el langostino, ese bicho que para que mi sobrina, es padre de la gamba y abuelo del camarón. Mi familia siempre me otorga la encomienda de prepararlos a la plancha, desde que alguien elogió mi mano conjugando grado de sal, chorro de limón y justo tueste del gambón. A continuación se suceden varios platos, entre los que mi gula destaca el paté de foie, con que untar variados panecillos; un sabroso espárrago con certificado de navarrería; el buen jamón de Teruel que cada año nos traen mi hermana y mi cuñado en reivindicación de aquella dignísima denominación de origen; o la gula, que tratará sin lograrlo, de emular a la auténtica angula que durante años presidió la mesa y que hoy en día sólo queda para que los periódicos anuncien su desorbitada cotización. Aparte habrá, seguro, gran variedad de pinchos que mezclen la chatka, el huevo duro o la guindilla de toda la vida, con el hongo, la trufa y la tempura, y copien textura y sabor a los de las tabernas de más laureado surtido, o a las recetas de algún globalizado cocinero televisivo. Todo ello, bien regado de los gran reserva riojano-alaveses, con que nos agasaja mi hermano. Después llega la ansiada sopa de pescado –esa auténtica especialidad de mi madre-, antes de llegar al solomillo y al pescado, tas lo que una exhausta mayoría seremos incapaces de probar la deliciosa intxaursaltsa que prepara mi padre durante todo un día, empecinado en mantener una ancestral receta de mi abuela. Para terminar, acompañando al café y al ineludible cava, se da paso a una surtida bandeja con trufas y fantásticos turrones que siempre aporta mi adorable cuñada.

Yo, ya lo ven, soy de esos desaprensivos que acude con lo puesto a las comilonas navideñas, y se apunta a embucharse lo que le pongan a cambio de un beso agradecido, un somnoliento agur de despedida y el divertido secreto de dedicar a mi familia, mi último artículo del año. Feliz 2006.

Fecha publicación: 27-XII-2005

20 diciembre 2005

ECHAR HUMO

Acaban de aprobar una Ley que restringirá el consumo de tabaco en ciertos espacios, pero miren por dónde, por una vez siento que esta norma no me afecta, ya que, señores y señores: ¡he dejado de fumar! Sin embargo, no estoy seguro de que el éxito de esta gesta me pertenezca en exclusiva, o si por el contrario, habré sido la víctima de una estudiada operación de marketing cuyo objetivo fuera conseguir precisamente que yo apagara mi último pitillo. La consecuencia, en cualquier caso, espero que sea la misma: mejorar mi salud respetando el aire de los demás.

Tampoco ha sido la primera ni la última medida que se hayan tomado en contra del fumeque. Recuerdo cuando se prohibió echar humo en aviones, trenes y autobuses, en los ascensores o en los centros hospitalarios. Muchos nos creímos incapaces de soportarlo pero lo conseguimos a pesar de todo. Sin embargo, algo pasa para que la actual prohibición de fumar en determinados espacios (puesto de trabajo y locales de hostelería), haya acabado por convertirse en una especie de contienda por conseguir que dejemos el vicio definitivamente: los periódicos, la radio y la televisión nos aconsejan con infalibles métodos para vencer la adicción; las empresas se afanan en que sus empleados lo consigan financiando terapias; y tanto familia como amigos se encargan de completar machaconamente la rueda. Hasta se han apoderado del mítico ‘uno de enero’, para convertir en reto, lance o provocación, lo que no debería ser más que una fecha con efecto legal.

No voy a ser yo quien sermonee a un fumador con clásicos consejos de vencedor; cada cuál tendrá sus respetables motivos para seguir llevando paquete y mechero en su bolsillo. Eso sí, no me resisto a dejar de transmitirles que sólo tras haberlo dejado, he podido comprobar lo terriblemente fácil que resultaba, y que la inseguridad en uno mismo, el miedo y la incertidumbre, no tenían ningún sentido.


Fecha publicación: 20-XII-2005

13 diciembre 2005

RUPTURAS

A pocos días de concluir el 2005, me atrevo a calificarlo de horribilis, sólo tras constatar las rupturas sentimentales sufridas por algunas parejas cercanas. Peor aún si realizo el balance entre rupturas y nuevas uniones, pues 7 a 2 sería el ratio resultante. Estoy deseando pasar página tomando las uvas de la suerte, en espera de que el nuevo año venga cargado de amor y ventura. De paso, sería una agradable novedad que en el reparto también se agraciara a un servidor.

He vivido algunas de estas rupturas con la cercanía, a veces imprudente, de la amistad; asistiendo desde la fila cero a las últimas voces de la despedida o a las primeras lágrimas de una angustiosa soledad. Siempre dudo sobre como desempeñar el papel cuando alguna de las partes reclama tu apoyo, más aún si te consideras amigo de ambos; buscando la mayor neutralidad, trato siempre de que no me hagan partícipe de los pormenores, aunque a veces resulte imposible evitarlo. Es así como me doy cuenta de que en todos los casos coinciden parecidas raíces, similares secuencias e idénticos desenlaces.

Divergencias en la idea de pareja; diferencias en los grados de implicación, incluso anhelos de independencia; desamor y falta de pasión o deseo; chantaje sentimental o posesivo; rutina, pasividad y tedio; intromisiones sociales; infidelidad,… son sólo algunos de los males que en la mayoría de los casos acaban en ruptura. Pero sobre todos estos conflictos siempre sobrevuela un gran denominador común: la falta de comunicación. A veces es el motivo y otras la consecuencia, pero tras cada ruptura siempre queda el amargor de desconocer si un mayor grado de confianza y de sinceridad hubieran podido dar solución a la mayor parte de las crisis; o si al menos, te hubieran evitado soportar la desagradable sorpresa de comprobar que tu pareja era una persona bien distinta en el fondo, de aquella de la que creías estar enamorado.

Fecha publicación: 13-XII-2005

06 diciembre 2005

LIIIIM BO

Recuerdo que de crío llamé a la radio pidiendo “Limbo”, un tema de los Fischer-Z que atronó los transistores acostumbrados a las relajadas melodías que alguien dedicaba a Reyes, Cosme y Antonio. Nuestro Santo Padre acaba de cargarse el Limbo, aunque con ello no haya pretendido la modernización de la Iglesia que desde hace siglos ansiamos sus fieles. Más bien parece una operación de puro marketing, pues para eliminar ese “espacio” virtual donde descansaban las almas sin bautismo, pareciera que se acabara de firmar una gran amnistía agraciando a sus integrantes con un viaje al cielo, lugar al que se supone todos deberíamos luchar por llegar.

El Don Padre se afana, además, en reordenar su club terrenal imponiendo la entrada de avalados heterosexuales de refutada castidad en su cohorte de catequistas, ultrajando alguno de los principios insondables de la fe divina y de la legalidad humana. Aunque algún lector interprete estas líneas como de corrupto impío, créanme que las escribo con el dolor de quien acaba de tirar la toalla, de quien acaba de saberse hijo descarriado sólo por su condición sexual; sin entrar a valorar si este cambio en el casting al sacerdocio, no encierre la más asquerosa maniobra para culpar a los gais de todo delito pederasta, tal como ya hicieran otrora tratando de identificarnos como propagadores del SIDA.

Aquella primera Iglesia en la que todos éramos iguales, en la que el perdón era la seña de identidad y la justicia social la base de su fundamento, se ha convertido en una casta que no sólo ha dejado de luchar por la pobreza, la injusticia y la desigualdad, sino que además, se desentiende de conflictos, se alía con los poderosos y patrocina vociferadores de agravios. Ya no me quedan ni energías para apostatar de esta Iglesia de los hombres, pues ahora que acaban de suprimir el Limbo, no soportaría imaginar mi desbautizada alma vagando sin destino. Mejor me hubiera ido pidiendo el famoso tema que encumbró a Tito Puente: Maaaambo.

Fecha publicación: 6-XII-2005